lunes, 28 de mayo de 2007

¿Qué ves cuando me ves?

El pasado 23 de mayo se entregaron los premios “Martín Fierro” y la ceremonia fue transmitida por América. Algunos de los ganadores de la noche fueron el noticiero de ese canal, Guillermo Andino (su conductor) y RSM, programa de entretenimientos encabezado por Mariana Fabbiani, la misma que la emisora del cubito multicolor puso al frente del micrófono en la fiesta. Esto generó ciertas sospechas acerca de la transparencia de los premios, al igual que el año pasado cuando Canal 9 se encargó de su televisación y también muchos de sus productos fueron galardonados. La misma suspicacia que hubiese aparecido si se emitían por Canal 13, Telefé o Canal 7. En definitiva, no se hace más que confirmar una decadencia en la televisión por aire, la televisión que llega a todo el país y, por ende, es la más importante (más allá que el cable y la televisión satelital han crecido mucho). ¿Qué tiene nuestra tele? Hagamos un breve zapping…

Por empezar hay una abundancia de personajes y situaciones absolutamente carentes de interés verdadero e, incluso, de sentido. Nos topamos con dos grandes usinas de polémicas, chimentos y romances: Gran Hermano (Telefé) y Showmatch (13). En el primero vemos a un grupo de personas conviviendo encerrados dentro de una casa por un tiempo determinado y eliminándose entre sí. Luego del exitosísimo GH 2007 a principios de año llegó ahora el GH Famosos donde 14 decadentes semi-conocidos hacen de las suyas para que el programa sume puntos de rating. En cuanto al otro, es una desvirtuación total de lo que supo ser Videomatch y ahora los excelentes humoristas que alguna vez estuvieron le han dado paso a otros decadentes (más conocidos) que juegan al juez malo y el acusado que baila, tomando como excusa el sueño de personas comunes.

Pero el problema radica más bien en los demás programas, en aquellos que dependen de lo que pasa a la noche para al otro día hacer informes, entrevistas, encuestas, debates, etc.; se podría decir incluso que de no existir GH y Showmatch tampoco ellos saldrían al aire. Los hay en abundancia y colman la pantalla desde la mañana hasta la tardecita. Nos cuentan la pelea entre Nino Dolce y Vadalá, o el enfrentamiento entre Moria Casán y Carmen Barbieri, o la renuncia de Silvia Suller… Nada en realidad, absolutamente nada. Es más, tampoco quedan afuera algunos productos más interesantes como Duro de Domar (13), Televisión Registrada (13), RSM o, lo que es colmo, los propios noticieros de los canales. A su vez, En Bailando por un Sueño ocurre algo alarmante. Una de las famosas es “Nina” Peloso, una líder “piquetera” que con su participación no hace más que frivolizar la legítima lucha del movimiento y vestir de un show hipócrita la defensa de los derechos del trabajador. Recibe puntuaciones altas, es tratada como una vedette y no hace más que ser funcional a la estructura del entretenimiento barato y decididamente desinteresado por la realidad social; sino basta con recordar cuando Nina mostró una foto con la imagen de Carlos Fuentealba (el maestro asesinado en Neuquén) en un homenaje de unos minutos que luego dio paso a la continuidad del “circo” convirtiéndolo en un intrascendente y efímero in-pass.

El otro gran problema es que la información es poca y se la da de forma irreflexiva. Los noticieros en general aburren porque son sólo una sucesión de hechos policiales de Capital Federal y Gran Buenos Aires, más alguna nota de color y los goles del fin de semana. Poco más. Sin duda hay excepciones como por ejemplo las excelentes investigaciones de Telenoche (13), pero la norma es sangre, muerte, llanto y musiquita triste de fondo. La agenda del día es la misma en los cinco canales. Pero además hay un gran déficit y es que falta el Debate. Si buscamos en los canales de aire programas dedicados netamente a la discusión, donde se planteen problemáticas y un grupo de personas dialoguen acerca de las consecuencias y las posibles soluciones, donde haya discernimiento, múltiples enfoques y, sobretodo, un fluido de ideas, el resultado es opaco. Hay 3 programas nada más: El Lugar del Medio (7) donde se enfoca el rol de los medios de comunicación, Yo amo a la TV (7) que analiza la farándula y Gran Hermano El Debate (Telefé) que, mal que mal, abre el diálogo acerca del juego. Eso es todo. Obviamente aparecen esporádicos debates en lugares como Mañanas Informales (13), Tres Poderes (América), Dejámelo Pensar (7) , probablemente se me escapen algunos otros, pero no son tantos.

Sin embargo hay aún excelentes propuestas en materia de ficción (Mujeres Asesinas en Canal 13 es un ejemplo), informativa (el ya citado Mañanas Informales otro ejemplo) y de interés general (Científicos Industria Argentina en Canal 7 por nombrar alguno, aunque en verdad toda la “Televisión Pública” presenta una muy buena grilla). A mi juicio, uno de los mejores programas es Televisión Registrada (sábados a la 22) ya que, a pesar de sumarse a lo que ya comentamos, cuenta también con el tratamiento de temas realmente importantes con un estilo dinámico y muy bien armado que permite pensar y comprender el presente. Ojalá que los gerentes de programación dejen pronto de pensar en los índices de audiencia, en vender publicidad y en sentarse tranquilos a ver cómo la gente consume pequeñeses. Porque se plantea una pregunta: ¿la TV muestra lo que el público quiere ver? ¿o el público ve lo que la TV le muestra?

miércoles, 23 de mayo de 2007

¿Sirve usar la Escarapela?

La Semana de Mayo es un momento que me produce muchas contradicciones. Por un lado me encuentro inserto en un ambiente de patriotismo que reviste las paredes de celeste y blanco y se disfraza con galera y pañuelos al cuello. Por el otro, el más profundo, una resistencia a reforzar una tradición de rituales que a esta altura son reproducidos irreflexivamente y cuyo paradigma encuentro en la infaltable Escarapela escolar. Cuando se acerca la fecha del 25 de Mayo comienza a aflorar un deber implícito en los argentinos de sacar a relucir sus escarapelas como una señal de vaya a saber qué compromiso con la Historia. Se me ocurre que nace como un simple cumplimiento a una regla impuesta en el colectivo imaginario, casi como cuando en Navidad todos se saludan afectuosamente o el 31 de Diciembre se desean Feliz Año Nuevo. ¿Qué significa la Escarapela? ¿Por qué usarla sólo un puñado de días? ¿Qué pasa si no se la utiliza? Pareciera que esa porción de tela en el pecho confirma que uno pertenece a este país, que uno es argentino y ¡Viva la Patria!...

Pero, si uno es “argento”, lo es todo el año. Lo es cuando comparte un asado con amigos, cuando comenta el partido del domingo, cuando escucha Atahualpa Yupanqui, Charly García o Carlos Gardel (entre muchísimos otros). Uno lo es cuando lo siente, no cuando simplemente lo viste. Porque en definitiva, ¿de qué sirve tener puesta la escarapela si después no nos preocupa nada de lo que sucede en Argentina? ¿acaso no es más importantes el reclamo de los maestros, de los trabajadores de la salud, de los yerbateros, de la gente de Gualeguaychú, etc. etc.? ¿O resulta tedioso que corten rutas, suspendan las clases, impidan el acceso a los puentes? Tenemos, entre otras cosas, un desaparecido desde el 18 de septiembre de 2006 y la (in)Justicia no hace nada, un maestro muerto por represión policial, chicos con hambre, ¡chicos con hambre en el “Granero del Mundo”! Indignante. Por eso me sorprende la facilidad con que se resuelve el ser argentino: me pongo una escarapela y listo.

Además, como señalaba antes, usar las cintitas celestes y blancas reafirma un rito que forma parte de conjunto de saberes compartidos (los “Mitos” de los que habla Felipe Pigna) que incluyen: el 25 de Mayo hubo una Revolución que rompió los lazos con España, la gente vitoreaba en la plaza, los negritos que vendían empanadas estaban contentos porque iban a ser libres, todos bailaban el choclo, ¡Viva la Patria! Sin dudas muchas de esas cosas pasaron, seguramente la abolición de la esclavitud (que en verdad llegaría tres años después) fue la más importante, pero, por ejemplo, se obvia el hecho de que la primera Junta designada el 23 de Mayo tenía como Presidente ¡al ex Virrey Cisneros!, al mismo al que querían derrocar, una paparruchada propia de nuestra clase política… Se olvida que dentro de la famosa a Junta del 25 había internas feroces que acabaron con los tipos que planteaban visiones latinoamericanistas y realmente libertarias: a Belgrano, Castelli y Moreno les hicieron la cruz, recordemos, por ejemplo, el vil engaño y asesinato de este último en el mar. Como éstas hay otras tantas cosas que hacen a la lectura de la Historia, o más bien a su construcción y son descuidadas al repetir, años tras año, el mismo versito.

Sin embargo quisiera hacer una salvedad: hay mucha, mucha gente que realmente se preocupa por Argentina y, además, usa la Escarapela. Probablemente yo sea un renegado al cohete y plantee cosas innecesarias, pero por lo menos es lo que creo y por mi parte me rehúso a ponerme algo que no comparto. Por último quisiera señalar que, de estar un poquito en lo cierto, la manera de rearmar la Historia y moldear la identidad nacional de una forma más reflexiva tendría que ser empezando desde las escuelas; porque si a los chicos les muestran todos los años las mismas zonceras jauretcheanas en los aburridísimos actos del 25 de mayo, si se los sigue disfrazando como hace 197 años y continúan haciéndoles recitar discursitos de patriotas con voz altiva, la Escarapela seguirá siendo tan sólo una costumbre irreflexiva, inútil.

viernes, 4 de mayo de 2007

"Cuando los pájaros no cantan" (humilde homenaje a Carlos Fuentealba a un mes de su muerte)

Me cuesta escribir esto, desde ya se los digo. Todavía no pasó un mes y todavía tengo la imagen de Carlos tendido en el suelo con la sangre saliendo de su cabeza, ¡horroroso! No creo que lo pueda superar en mucho tiempo, incluso en toda mi vida.

Mi nombre es Mariano Gutiérrez y soy profesor de Matemática en la Escuela Nº 3 de Neuquén. A Carlos Fuentealba lo conocí a fines de los ‘80 cuando empecé a meterme más a fondo en la lucha docente, en ese momento él era uno de los referentes del gremio, bah, en realidad siempre fue un referente. Pero Carlos no era como esos que hacen política nada más, en absoluto. Fuentealba era un tipazo, siempre estaba de buen humor por más que las negociaciones de más de un año con el gobierno no habían servido para nada y rara vez se negó a escuchar a algún maestro. Recuerdo haber tomado innumerables mates con él en su casa, en la mía o en la escuela, nos encantaba charlar horas y horas de muchas cosas, no sólo de la lucha docente, y por supuesto que pasamos largas noches debatiendo de matemática y química, nuestras respectivas pasiones. Una vez charlando en la cocina de mi casa me dijo una frase que jamás voy a olvidar. Cuando le pregunté por qué él siempre estaba con buen semblante en las manifestaciones a pesar de que nunca nos daban ni la hora, me contestó: “Mirá Mariano, cuando nosotros estamos manifestándonos, de fondo se escucha el canto de los pájaros en los árboles de la plaza. Esa es una buena señal. El día que los pájaros no canten, voy a estar realmente preocupado”. En ese momento no la entendí y hasta me pareció una explicación bastante superficial, pero ahora le doy la razón.

Bueno, vamos al grano. El miércoles 4 de abril me levanté temprano, tipo 5.30. No podía dormir, estaba muy ansioso y sentía un cosquilleo en la panza que me preocupaba, por primera vez en años tenía una poco de temor por lo que podría pasar en la manifestación. A eso de las 10 me reuní con un grupo de docentes en la escuela y de ahí salimos para la ruta 22, la íbamos a cortar como tantas otras veces. Llegamos a las 10.30, lo recuerdo bien. Éramos un gran número de personas con carteles, pancartas, bombos y demás, muchos teníamos puestos nuestros guardapolvos y otros remeras con la cara del Che Guevara, Teresa Rodríguez y demás. Carlos ya estaba, había sido uno de los primeros en llegar y en ese momento no paraban de llamarlo al celular, él también parecía un tanto intranquilo, se movía de un lado al otro y de vez en cuando su mirada se perdía en el horizonte como buscando la respuesta a una pregunta de su alma. Todo parecía salir bien, pasamos el mediodía y la siesta tranquilos y la manifestación daba la sensación de haber servido para algo. Pero de repente alguien dijo algo que me va a quedar grabado en la memoria por lo que vino después:-“Che, ¡qué raro! Hoy no se escuchó a ningún pájaro, estarán durmiendo después de la comilona de Semana Santa seguro”. Todos nos reímos, fue la última alegría del mes. Unos minutos después vimos venir a la policía, unos sujetaban armas de gases lacrimógenos, otros palos y algunos conducían camiones hidrantes. Parecían un grupo de buitres que se acercaban a nosotros con sus trajes azul oscuro, sus cascos herméticamente confeccionados y ese paso uniforme y lento que al tocar la calle devuelve un sonido seco y amenazante. La verdad que no era la primera vez que veía eso, pero tuve miedo. Empezaron a pegarnos, a gritarnos y a echarnos como ratas del lugar, nos desbandábamos de un lado al otro intentando eludirlos pero era muy difícil, parecía que brotaban desde el infierno y a cada paso que dábamos allí estaban ellos con esa mirada penetrante, esa voz grave y esa mano fría que no escatima fuerzas a la hora de acatar la orden. Entre los docentes ya se corría la voz de que Sobisch nos había mandado a reprimir, cosa que era muy probable. Junto con otros tres maestros nos subimos al auto de Julio Copdevilla, un profesor de Música, y comenzamos a irnos cuando por el espejito retrovisor vi una imagen que mi hizo pegar un alarido tal que aún hoy me sigue dando escalofríos cada vez que lo recuerdo. Observé que un policía había disparado una granada de gas lacrimógeno contra el auto que venía atrás, que se había detenido y que de él bajaban a alguien herido mientras se amontonaba la gente alrededor. Obviamente estacionamos el coche y fuimos a ver qué había pasado, en ese momento presencié la escena más dolorosa de toda mi vida. Era él, Carlos, el que estaba tirado en el suelo inconciente y con la cara rota por culpa de ese milico asesino, yo no lo podía creer. Su cuerpo se encontraba quieto en el asfalto como si el impacto lo hubiese transformado en una estatua, de su cabeza corría ese líquido rojo y oscuro que ha sido testigo infaltable de las más crueles catástrofes humanas y que aparece de vez en cuando para recordarnos que la vida es como el canto de la calandria: en algún momento se apaga. A Carlos lo llevamos rápido a una clínica y junto con varios compañeros más nos quedamos toda la noche esperando las noticias de los médicos, pero era palpable: sólo un milagro lo iba a salvar.

A la tarde de ese jueves 5 de abril salí a la puerta de la clínica para tomar aire fresco y fumarme un pucho, no había podido pegar un ojo y los nervios se habían apoderado de mi cuerpo con la fuerza de un tornado. Me puse el cigarrillo en la boca y cuando estaba a punto de encenderlo percibí algo que me produjo un dolor intenso en el pecho. Oí atentamente y no pude escuchar a ningún pájaro, ¡a ninguno!, como si se hubiesen ido de la ciudad para no presenciar la tragedia. Las ramas de los árboles estaban inmóviles, sus hojas permanecían aferradas a ellas con miedo a caer en el desgraciado cemento de la ruta y todo el verde paisaje de la plaza hacía silencio, aguardando con tristeza la noticia. En ese instante me pegaron un grito desde adentro, salí corriendo y fui a ver qué pasaba. El doctor nos lo dijo, Carlos había muerto.

Que el cana ya tenía condena es pura anécdota, que Sobisch se hizo cargo a medias también es cuento porque sabemos lo que es ese tipo. La verdad, todo lo que se diga ahora es pura palabrería, ni siquiera este texto sirve para algo. A Carlos lo mataron, la policía lo fusiló por la espalda. Él sentía que algo andaba mal, estoy seguro que lo sabía porque, como me enseñó, cuando los pájaros no cantan es para preocuparse. Terrible, pero cierto.