sábado, 7 de mayo de 2011

Abre los ojos

Hace ya varios años que la reflexión sobre la música es una de las actividades que más me apasiona, a la que más tiempo le dedico, la que busco por todas partes. Y eso, sin ser músico. La atracción por la música nació en mi casa, con mi familia y, fundamentalmente, mi viejo, él se encarga siempre de que no deje de haber música. Madrugar escuchando Serú Girán, almorzar con el Flaco Spinetta de fondo o bañarse, antes de cenar, sacudiendo la cabeza con Divididos; son escenas de la vida cotidiana en Buenos Aires, en Posadas, en Wanda. Originariamente rockero, con el correr de los años, con el crecimiento y el surgimiento de nuevas inquietudes, mi afición se fue expandiendo al jazz y en los últimos tiempos, lentamente, al folclore.

Pero el rock siempre está. Así como la música. Y su poder sanatorio, energizante. Seguramente cada uno lo sentirá como le salga, a mí la música me acompaña siempre y, en ocasiones, tiene la particularidad de llenarme de energías positivas, de levantarme el ánimo cuando estoy bajoneado, de impulsarme a hacer cosas. Pero no es toda la música que escucho la que logra esa sensación tan espectacular, sino aquellos artistas que más me gustan, que consiguen en este ateo un seguimiento religioso de agradecimiento.

Hace algunos años, cuando estaba terminando la secundaria, la curiosidad me llevó a desempolvar los casettes de Soda Stéreo. Recostado en mi cama, una siesta de sábado, “Corazón Delator” me hizo entender que esa banda acababa de ingresar al grupo de músicos confortantes, sanadores, energizantes. Desde ahí no dejé de escucharlos y pronto me fui haciendo de toda la discografía, internet mediante.

Y después fue el momento de ver qué onda con Gustavo Cerati, de conocer sus trabajos solistas, de explorar su trabajo. Y no hizo más que confirmarme que estaba ante uno los artistas que más me llega, que más me conmueve, que más disfruto. Por eso, en cada desgaste académico, en cada sinsabor amoroso, en cada temor, en cada ansiedad, su música es una de las compañías más gratas. La familia primero, mis amigos luego y, junto a ellos, la música. La música de Cerati.

Este 15 de mayo se cumple un año del Accidente Cerebro Vascular que lo tiene en recuperación, que lo dejó al borde de la muerte, que le cambió la vida. Sería muy egoísta decir que es una pena el no haber podido, hasta ahora, disfrutarlo en vivo. En verdad, a un año, lo que hay que desear es que viva, que mejore, que se levante. Con una persona que ha hecho tanto por uno, sin siquiera imaginárselo, es lo menos que uno puede desear.

Hace un par de semanas, su mamá comentó que hay señales positivas. Las buenas vibraciones, los rezos, los pensamientos, la buena onda, todo opera de alguna manera, seguramente, para que Gustavo mejore.

Así como su música me hace compañía, desde estas breves líneas, desde mi lugar, pienso y deseo su recuperación. Como un guiño del destino, al terminar de escribir la oración anterior, el Winamp me tiró la parte de “Hombre al agua” en la que la letra dice “Amaneció, abre los ojos”. ¿Será una señal? Veremos. Ya llegará el momento en que Gustavo abra los ojos.

sábado, 26 de febrero de 2011

Ciudad de pobres corazones

Yo fui a ver a Fito. Y también a Cristina. Sólo por ellos dos me acerqué a la costanera posadeña el tan promocionado viernes 25 de febrero de 2011 en el que la Entidad Binacional Yacyretá (EBY) celebró, pomposamente, el haber llegado finalmente a la cota 83, es decir, al pleno funcionamiento de la represa. Luego de 37 años se alcanzó la meta y eso desplegó un operativo político-cultural que, una vez más, a travesó con contradicciones a una Misiones cada vez más llena de agua.

Yo fui a ver a Cristina (Fernández de Kirchner, la Presidenta de la Nación). En 2007 no la voté, ahora pienso cada día más firmemente en votarla. Su gobierno, al igual que el del recientemente desaparecido Néstor Kirchner, me produjo más simpatías que desazones. Pero no puedo sentir una plena adhesión; los sinsabores del kirchnerismo, algunas de sus políticas, algunos de sus funcionarios, no hacen sino replegarme hacia un completo escepticismo por cualquier estructura partidaria. Desde un comienzo, el kirchnerismo impulsó y apoyó fervorosamente la culminación de la EBY. Creo que nunca tomaron real conciencia de los desastres que se estaban causando y, en caso de sí haberlo hecho, no les importó. Al río Paraná lo dañaron, lo transformaron, hoy está cada vez más intratable, más feroz, más alto. El clima cambió, los mosquitos se multiplicaron, las tormentas son cada vez más peligrosas. Pero ello no importó.

Lo peor ha sido la increíblemente fría, racional (¿moderna?), política de desplazamiento de barrios. Todos los pobladores costeros de antaño fueron arrebatados, expulsados, insertados en otro lugar, como si fueran los juegos del Parque Paraguayo que ahora trasladaron a Villa Cabello. Sin importarle el entrelazamiento socioeconómico con el río, sin comprender el valor simbólico y la historia, la EBY decidió que esas personas debían irse. Y las echó. Es cierto que se construyeron nuevos barrios, pero en principio alejados del Paraná, obligando desde el vamos a una readecuación al contexto. Luego, ¿las casas? ¿eran realmente adecuadas? ¿estaban los nuevos barrios conectados al resto de la ciudad? ¿existían los mecanismos sanitarios, educativos, etc.?

Yacyretá es la parte más estruendosamente contradictoria de todo esto. Hace un tiempo atrás, desde un proyecto de la universidad me acerqué al barrio A4, todo un año, y conocí sus problemas. Unos años después, la redacción de la Carta de los Ríos me permitió saber aún más cómo el río había cambiado. Nunca estuve metido de lleno, es cierto, pero tampoco ajeno. No obstante, la EBY también forma parte de mi vida de otra forma: gente amiga trabaja allí, también lo han hecho algunos docentes e incluso este año tuve la oportunidad de conocer la obra, imponente. Entonces, uno piensa, allí dentro ha habido (hay seguramente) personas a las que realmente les importaron las personas. El problema es que, como siempre, son las decisiones de más arriba las que definen las cosas, y allí parecieran poco importar lo que cínicamente el mercado menciona como meros factores sociales a tener en cuenta en cada emprendimiento.

El movimiento anti-represas estuvo presente en el acto de Cristina. Pero, creo, pasó desapercibido. Es que para estos grandes emprendimientos, pareciera, las personas siempre pasan desapercibidas. Además, eran pocos antes las estructuras partidarias que todo acto político siempre despliega. El gran desafío es evitar la construcción de las represas de Corpus y Garabí, aunque aquí nuevamente los gobiernos nacionales (en este caso es un acuerdo con Brasil) están decididos a llevarlo adelante. Pese a que el pueblo, con su voto, ya se opuso a una de ellas.

El acto fue un acto y nada más. La verdad es que hubo poca efusividad, poco calor, mucha serenidad para escuchar. El momento de mayor ansiedad, donde más se sintió el cosquilleo en el público, fue la llegada del helicóptero presidencial, producto de la lógica expectativa que genera el saber que un/a presidente/a está llegando a nuestra ciudad. Después, poco y nada. Los aplausos de ocasión, algún cántico allí adelante, cerca del escenario, y luego un silencio resquebrajado por momentos con el “¡no más represas!” de varias personas. Un grito de dolor en la inmensidad del silencio. Seguramente no ha sido de los discursos más logrados de Cristina. O yo fui con mucha expectativa. No sentí a una líder, sino a una Presidenta encabezando un acto.



Yo fui a ver a Fito. Varias semanas antes del acto, numerosas cadenas de mail y facebook promovieron el envío de cartas a Fito Páez y Teresa Parodi, los artistas prometidos, para que no vinieran a apoyar a la EBY. La cantante se bajó rápidamente, el rosarino lo hizo un tiempo después pero, a último momento, volvió a dar el sí. La pregunta es: ¿dar un espectáculo en ese marco, supone efectivamente apoyar a la EBY? Creo que hay que considerar la dimensión comercial en todo esto, a los artistas se les paga para que hagan su trabajo. Y ellos van y lo hacen. Y sabemos que con plata de por medio, las cuestiones éticas muchas veces trastabillan.

Del otro lado. ¿Todos lo que fuimos a ver a Fito estamos complacidos con la EBY? Definitivamente, no. Sería subestimar a la gente el decir que las cerca de 60 mil personas en la costanera fueron a vitorear la cota 83. Ese número, esa foto, será re-significada obviamente por los discursos oficialistas, que van desde las propias palabras del gobernador Maurice Closs hasta los medios de comunicación afines. Pero la gente también re-significa. No sólo estuvo Fito, sino también Raza Negra, que ya hace unos años llevó 50 mil personas en un mero recital gratuito. Habría que ver, entonces, si las personas no aprovecharon el hecho de tener a los artistas que admiran tan al alcance de la mano para disfrutarlos.

Yo fui a ver a Fito y a Cristina. Con el músico, quedé satisfecho. Dio una hora y media de show, correcto, coqueteando entre el rock furioso y las melodías plácidas de su piano. De Cristina esperaba más, o quizás tenía muchas expectativas. Fue un acto, simplemente. Un acto para celebrar un hecho que se dispara en miles de sensaciones cruzadas. Y ese sabor amargo de la impotencia.


(foto "No más represas" - misionescuatro.com)