Las primeras sensaciones son de incredulidad. Hoy de por sí ya era un día atípico por el censo, pero el mensaje de texto que me mandó un compinche me despertó con una noticia que todavía me cuesta digerir. Este 27 de octubre de 2010 murió Néstor Kirchner. Lo escribo y aún me cuesta creerlo. Y es que ese nombre lo he venido escribiendo y diciendo cotidianamente en los últimos ocho años: en la radio, en la facultad, en el laburo, en mi casa, en las largas discusiones entre amigos. Néstor Kirchner partió cuando era una de las figuras políticas más importantes y determinantes del país; sus decisiones, sus pensamientos, sus órdenes, sus malhumores, sus inquietudes se fueron traduciendo desde 2003 en constantes políticas nacionales que han modificado a la Argentina. Luego se verá si la modificó para bien o para mal, pero lo indiscutible es que lo hizo.
Lo primero que recuerdo es lo difícil que resultaba pronunciar su apellido. Y también el comentario de alguien que, cuando Duhalde comenzaba a impulsarlo como candidato a la Casa Rosada, me dijo mientras mirábamos la tele: “¡ja! ¿cómo es? ¿En este país hay que fundir a una provincia para después ser presidente?”. Y después fue presidente. Llegó porque Menem se bajó del ballotage; ese día, me acuerdo, me llenó de alegría la decisión del riojano que sabía, aunque es incomprobable ahora, que perdería en las urnas, no porque conociéramos a Kirchner, sino porque ya habíamos tenido suficiente en los noventa.
Y con incredulidad comencé a seguir, como cualquier ciudadano, su gobierno. Las primeras medidas me gustaron y empezaron a generarme simpatía, sobretodo sus políticas con respecto a los Derechos Humanos. Aquí vale hacer una pausa. Siete años después, hablar de DDHH en Argentina no es lo mismo que en aquel momento; cuando Kirchner asumió estaban vigentes las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, hoy están en marcha cientos de juicios contra los represores. Creo, no obstante, que se abusó en el uso discursivo de la “memoria” y que la cooptación de figuras como Madres de Plaza de Mayo no ha sido lo mejor para un proceso con contradicciones fuertes. Pero, reitero, ya no están las leyes de Obediencia Debida y Punto Final.
Esa simpatía primaria luego se fue re-elaborando con el acontecer de los años. Los errores graves de su gestión (el caso Skanska por caso) y esa actitud imperativa muchas veces irrespetuosa para con el pensamiento contrario me hicieron distanciarme de su figura. Pero sobretodo me molestó su continuo intento de separarse de los años neoliberales, años donde gobernó santa cruz, años donde acompañó a Menem. Durante su gobierno muchas empresas extranjeras siguieron explotando nuestras tierras: las mineras, las papeleras, etc. Es decir, hubo cierta continuidad neoliberal. Además, claro está, de su apoyo a la re-relección de Rovira en 2006 por ejemplo.
Pero sería injusto quedarme sólo con eso. El gobierno de Kirchner no sólo nos devolvió la posibilidad de juzgar a los represores, sino que también nos dejó una Corte Suprema indiscutible, una reestructuración del sistema jubilatorio que le abrió las puertas a miles de personas, una construcción latinoamericana menos empresaria y más popular, etc. Pero sobretodo una revalidación del rol del Estado en muchos sectores, y el Estado, quiero decir, es fundamental para todas/os las/os ciudadanas/os.
Las primeras palabras seguramente descuidan cosas, los primeros recuerdos resultan confusos, más aún ante la incredulidad. En 2007 no lo voté, pero en 2011 no descartaba hacerlo. Era un líder, discutible, seguramente, pero un líder sin el cual muchas cosas no se hubieran logrado. No fui kirchnerista, pero tampoco uno de esos antikirchneristas furiosos enceguecidos por el discurso del “feudalismo” y demás. Hoy, un día que iba a ser atípico por el censo, se volvió atípico por otra cosa: este 27 de octubre de 2010 la Argentina perdió a un dirigente que modificó al país. Reitero, para bien y para mal, pero son pocos los que puedieron jactarse de eso. Kirchner, fue uno de ellos.