Parece increíble. Parece increíble que los maestros, nuestros educadores, formadores de los chicos, tengan que estar en 2007 reclamando por un sueldo digno. Parece increíble que en 2007 persista la represión como respuesta a un reclamo justo. Pare increíble que haya un muerto por luchar por sus derechos y que ese cadáver sea el producto de la orden de un gobernador al que únicamente le interesa el negocio del turismo. Parece increíble, por último, que quien disparó fuera un policía que ya había sido condenado a 2 años de prisión y sin embargo estaba libre. Parece increíble, pero en 2007 y en Argentina, aún pasan estas cosas.
Hace 24 años que vivimos ininterrumpidamente en democracia, un sistema político donde en teoría todas las voces deben ser escuchadas y la igualdad de derechos y oportunidades debería estar asegurada. Lo ideal sería que mediante mecanismos democráticos (muchas veces dependientes de la ineficaz burocracia) llegasen los reclamos a las oficinas de los funcionarios, pero muchas veces los oídos sordos hacen que lamentablemente se deba recurrir a la toma del espacio público para, de una vez por todas, instalar el problema. Y así arribamos a las huelgas, las manifestaciones y los piquetes, esas expresiones de una sociedad que pide lo que se merece y que encuentra necesario ocupar físicamente el lugar que no tiene en la agenda de los gobernantes. Hay una cosa que está clara: aquel corta una ruta tiene algo para decir y si está ahí es porque todavía nadie lo oyó. Pues bien, el miércoles 4 de abril en la ciudad de Neuquén un grupo de docentes se encontraba interrumpiendo la ruta 22 en reclamo de mejoras salariales cuando el gobernador Jorge Sobisch dio la orden de reprimir la manifestación ya que obstaculizaba el camino de aquellos turistas que quisieran acercarse en Semana Santa. Y la represión llegó, y también el drama: una granada de gas lacrimógeno fue disparada contra Carlos Fuentealba, un docente de 40 años en cuya cabeza impactó la orden de Sobisch, arrebatándole la vida un día después en la sala de un hospital.
Ya no pueden decir “algo habrá hecho”, ya no pueden escribir “muere en un enfrentamiento con la policía…” ya no pueden escudarse en esos atroces discursos que alguna vez supieron recorrer el imaginario argentino. En otras palabras, ya no nos pueden mentir. Aquellos que piden mano dura seguramente estarán conformes, en Neuquén hubo mano dura, y en Neuquén hubo un muerto. Para colmo, como otras tantas veces el que disparó tenía una sentencia previa. Es que Darío Poblete, a quien muchos testigos señalan como el culpable y ya está detenido “fue condenado en noviembre a dos años de prisión por apremios ilegales y vejámenes contra un detenido en la alcaidía de Zapala” (Crónica, sábado 07/04/07, pág. 2). Pero como apeló el fallo su situación aún no fue resuelta y mientras tanto continuó trabajando en el grupo especial GEOP de Cutral Có.
Que Sobisch dio la orden está claro, pero alguien la acató y se la pasó a sus subordinados y, lo que es peor, alguien la cumplió con a la sangre fía de un asesino. ¿Qué se puede hacer? Justicia ¿Cómo? Encerrando a los responsables y, además, escuchando el reclamo. ¿Se dan cuenta?, la represión consiguió que ahora la agenda de los gobernantes tenga más renglones ocupados, por un lado para responder a las necesidades de los docentes y por el otro para enjuiciar a aquellos que apagaron una vida en vez de oír. Y todo en memoria de un maestro, un verdadero maestro en todo el sentido de la palabra: Carlos Fuentealba.
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