Cultura de la Violencia. Eso es lo que hay en Argentina. Así lo describió el año pasado Adolfo Pérez Esquivel en su visita a la Facultad de Humanidades, y el conflicto del campo no hizo más que reafirmarlo.
Empezando por la propia denominación de la situación política. La mayoría de los medios de comunicación lo plantearon abiertamente como un enfrentamiento entre el gobierno y el campo. Canal 13 y Todo Noticias, por ejemplo, pusieron un zócalo debajo de la pantalla de por sí elocuente: “Gobierno vs. Campo”. Cual una cartelera del Luna Park anunciando una pelea de Ormar Narváez o Jorge Castro, desde el vamos la puja política fue considerada como un terreno de lucha cruel, a manotazo limpio.
Las disputas por el poder son inherentes a la sociedad, eso no es novedad. La cuestión es cómo se produce esa puja y cómo la viven los actores. En nuestro país, una vez más, la hipocresía, visceralidad y futbolización (que quede claro, yo soy fanático del fútbol, lejos estoy de las críticas aristocráticas de Borges y compañía hacia ese deporte) se apoderaron de los sujetos individuales y colectivos cegándolos y encerrándolos en sus ideas. “En Argentina falta una cultura democrática” señaló hace un tiempo Estela de Carlotto en un programa de televisión. Estaba en lo correcto.
El mercado del campo, o la esfera social del campo si apelamos a Bourdieu, es un complejo entramado de relaciones desiguales. Un terrateniente multimillonario habitúe a la Rural está posicionado en un nivel de mayores posibilidades económicas, políticas y coercitivas que un pequeño propietario de Santa Fe, Córdoba o la provincia de Buenos Aires. Por ende, encerrarlos en una misma bolsa es un grotesco error que una persona supuestamente preparada para presidir un país no debería cometer. Cristina Fernández no sólo hizo eso, sino que además utilizó un tono totalmente agresivo, acusatorio, refritado (aquella retórica del pasado que ya se desgastó) que encendió los ánimos.
Y salió lo peor de todas las partes. Por un lado, la clase media a la que la muerte de Carlos Fuentealba, el secuestro de Julio López, el trabajo esclavo, la desnutrición infantil, etc., etc. le sugiere un mínimo gesto de preocupación mientras espera por ver la comedia de las nueve de la noche, salió a las calles entonando el Himno Nacional y conmoviéndose con él al igual que cuando lo cantaban Los Pumas en el mundial de Francia (¿?). Encima, bastaron dos o tres cacerolas coquetas para que ya los más reaccionarios pidieran nuevamente por los militares. ¿Cultura de la Violencia? Totalmente.
Y por otra parte, el oficialismo apostó a su vocero más eficaz: Luis D’Elía. Un sujeto excéntrico, locuaz, violento. Históricamente los movimientos peronistas contaron con el apoyo de gran parte de la población humilde, a los que atendieron muchas veces por demagogia, pero otras tantas por sensata preocupación. En este caso, el gobierno K se aprovechó de ellos, por una lado en el discurso para usarlos de escudo ante el campo y por el otro para ir a la plaza y responderle a los manifestantes. Con violencia, como no podía ser de otra manera.
“Odio a la puta oligarquía, odio a los blancos, odio, te odio Peña, te odio, odio tu plata, odio tu casa, odio tus coches, odio tu historia, odio a la gente como vos que defiende un país injusto e inequitativo, odio a la puta oligarquía argentina, los odio con toda la fuerza de mi corazón…” Estas palabras tan democráticas fueron dichas por el propio D’Elía en una entrevista que intentó hacerle Fernando Peña. ¿A ustedes les parece que se puede pedir diálogo partiendo de la base de un discurso como el de recién? ¿Ustedes se sentarían a hablar con una persona que pronuncia doce veces la palabra “odio” en 25 segundos? Por suerte en el gobierno parecería que aún quedan algunos menos efervescentes y más pacíficos, el Vicepresidente Julio Cobos por caso: “D’Elía es un hombre que está apoyando al Gobierno, y como todo hombre puede cometer errores y lo bueno es que si cada uno nos hacemos responsable de los errores, lo admitamos, lo reconozcamos y pidamos las disculpas del caso. (…) Es un hombre que representa una organización social que tiene todo el derecho de apoyar al Gobierno en la presencia de un acto como lo ha hecho, pero todas las expresiones, sean a favor o en contra, deben expresarse sin violencia verbal ni física, porque hemos tenido estos hechos que, para mí, son lamentables”. Fue leve en su crítica, es cierto, pero fue una de las pocas voces oficiales que puso una objeción pública a las actitudes de D’Elía.
Las pujas por el poder están siempre. Más si se trata de reformas dentro de un ámbito que mueve tanto dinero y con sectores tan poderosos como lo es el campo. Porque los miles de chacareros tienen tanto derecho al trabajo, la vivienda digna, la comida y demás como un obrero de fábrica, un tarefero, etc. Pero la oligarquía rural, que también tiene ese derecho, efectivamente ha apoyado golpes militares e indudablemente reacciona de manera egoísta y violenta a un intento de redistribución de riquezas
Las retenciones son una herramienta del Estado legítima y probablemente necesaria, pero en forma escalonada y entendiendo que no todos ganan millones de dólares por mes.
Pedir en las calles la renuncia de la Presidenta a menos de seis meses de su asunción es algo tan descabellado como las palabras de D’Elía. Hagamos las cosas en paz, por favor. Que los que tengan que sentarse a dialogar lo hagan y dejen los cánticos de las barra bravas para otro momento (lejano si es posible). Los demás, pensemos antes de posicionarnos rápidamente de uno u otro lado. Ni con el gobierno ni con el campo. Este país es uno solo, todos estamos en él, y agredirnos a destajo no sirve. Es tan estúpido como la propia violencia.