Hace ya varios años que la reflexión sobre la música es una de las actividades que más me apasiona, a la que más tiempo le dedico, la que busco por todas partes. Y eso, sin ser músico. La atracción por la música nació en mi casa, con mi familia y, fundamentalmente, mi viejo, él se encarga siempre de que no deje de haber música. Madrugar escuchando Serú Girán, almorzar con el Flaco Spinetta de fondo o bañarse, antes de cenar, sacudiendo la cabeza con Divididos; son escenas de la vida cotidiana en Buenos Aires, en Posadas, en Wanda. Originariamente rockero, con el correr de los años, con el crecimiento y el surgimiento de nuevas inquietudes, mi afición se fue expandiendo al jazz y en los últimos tiempos, lentamente, al folclore.
Pero el rock siempre está. Así como la música. Y su poder sanatorio, energizante. Seguramente cada uno lo sentirá como le salga, a mí la música me acompaña siempre y, en ocasiones, tiene la particularidad de llenarme de energías positivas, de levantarme el ánimo cuando estoy bajoneado, de impulsarme a hacer cosas. Pero no es toda la música que escucho la que logra esa sensación tan espectacular, sino aquellos artistas que más me gustan, que consiguen en este ateo un seguimiento religioso de agradecimiento.
Hace algunos años, cuando estaba terminando la secundaria, la curiosidad me llevó a desempolvar los casettes de Soda Stéreo. Recostado en mi cama, una siesta de sábado, “Corazón Delator” me hizo entender que esa banda acababa de ingresar al grupo de músicos confortantes, sanadores, energizantes. Desde ahí no dejé de escucharlos y pronto me fui haciendo de toda la discografía, internet mediante.
Y después fue el momento de ver qué onda con Gustavo Cerati, de conocer sus trabajos solistas, de explorar su trabajo. Y no hizo más que confirmarme que estaba ante uno los artistas que más me llega, que más me conmueve, que más disfruto. Por eso, en cada desgaste académico, en cada sinsabor amoroso, en cada temor, en cada ansiedad, su música es una de las compañías más gratas. La familia primero, mis amigos luego y, junto a ellos, la música. La música de Cerati.
Este 15 de mayo se cumple un año del Accidente Cerebro Vascular que lo tiene en recuperación, que lo dejó al borde de la muerte, que le cambió la vida. Sería muy egoísta decir que es una pena el no haber podido, hasta ahora, disfrutarlo en vivo. En verdad, a un año, lo que hay que desear es que viva, que mejore, que se levante. Con una persona que ha hecho tanto por uno, sin siquiera imaginárselo, es lo menos que uno puede desear.
Hace un par de semanas, su mamá comentó que hay señales positivas. Las buenas vibraciones, los rezos, los pensamientos, la buena onda, todo opera de alguna manera, seguramente, para que Gustavo mejore.
Así como su música me hace compañía, desde estas breves líneas, desde mi lugar, pienso y deseo su recuperación. Como un guiño del destino, al terminar de escribir la oración anterior, el Winamp me tiró la parte de “Hombre al agua” en la que la letra dice “Amaneció, abre los ojos”. ¿Será una señal? Veremos. Ya llegará el momento en que Gustavo abra los ojos.