Es bueno ejercitar la memoria, conocer lo que pasó y saber quiénes fueron los responsables. Por ello, quiero destacar la visita que el 18 de octubre pasado hizo el Premio Nobel Alternativo de la Paz Martín Almada en la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales. Este importante diplomático paraguayo estuvo secuestrado durante la dictadura de Alfredo Strossner (allí mataron a su esposa) y desde hace ya muchos años trabaja por la reconstrucción de la memoria a partir de los “Archivos del Terror” en su país.
Su disertación fue un espacio para la reflexión y el aprendizaje sobre un componente fundamental de las últimas dictaduras militares en América Latina: el Plan Cóndor, el macabro Plan Cóndor. Según lo comentado por Almada, sumando las víctimas de la red que conformaron Argentina, Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay, hay un triste saldo de 100 mil vidas, ¡100 mil personas!, suena horroroso. Más si tenemos en cuenta que no se trató sólo de una persecución a los integrantes de agrupaciones guerrilleras (que tampoco hubiese justificado la violación a los Derechos Humanos) sino, en palabras de Almada, de “la clase pensante de América Latina”.
Sin ir más lejos, como les contaba, el diplomático paraguayo estuvo tres años en cautiverio acusado de ser un “terrorista intelectual” por el hecho de coincidir con los principios educativos de Paulo Freire y haber encabezado la creación de cooperativas entre grupos de docentes paraguayos. Él jamás había tocado un arma, pero pensaba, y eso era lo que lo convertía en un peligroso “subversivo”.
De todas formas, la memoria no debería quedarse en el simple acto de recordar, sino que tendría que acompañar la praxis, el hacer cotidiano. La cátedra “Cultura de Paz y Derechos Humanos”, que fue el marco para la charla de Almada (como así también la de Pérez Esquivel), de nada servirá si no genera una conciencia acerca de la importancia de convivir pacíficamente y en democracia, respetando la diversidad. Porque en definitiva, el término “Derechos Humanos” hoy en día está siendo muy utilizado en la retórica política como un objeto más dentro de la puja de poder. Los sectores de izquierda lo llevan como estandarte, los de la derecha le restan importancia y los más reaccionarios hasta lo acusan de los males de la inseguridad. Y mientras tanto, la idea central de esas dos palabras, el corazón de la cuestión, queda olvidada. Únicamente en la cabeza de un individuo cruel, inhumano y asesino cabe la idea de secuestrar, torturar, humillar y matar a alguien. Y peor aún si es sólo por lo que piensa.
Recordar es bueno, para no olvidarse lo que pasó y saber reconocer cuando hay cosas que se mantienen vigentes. Y en ese sentido Almada lo advirtió: “Argentina sigue enviando gente a Georgia para aprender formas de torturas”. Además, por si fuera poco, comentó que se siguen haciendo reuniones militares en las que se confeccionan listas de “subversivos”. Aún hoy, en democracia, y con el aval de algunos gobiernos nacionales (como el de Carlos Menem según lo dicho por el Premio Nobel Alternativo). Ya no están Pinochet, Strossner, Videla y compañía. Pero, como dijo Almada, “el Cóndor sigue volando”. Y no debemos dejar que vuelva a sembrar miedo, porque de nada habrá servido la memoria.
Su disertación fue un espacio para la reflexión y el aprendizaje sobre un componente fundamental de las últimas dictaduras militares en América Latina: el Plan Cóndor, el macabro Plan Cóndor. Según lo comentado por Almada, sumando las víctimas de la red que conformaron Argentina, Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay, hay un triste saldo de 100 mil vidas, ¡100 mil personas!, suena horroroso. Más si tenemos en cuenta que no se trató sólo de una persecución a los integrantes de agrupaciones guerrilleras (que tampoco hubiese justificado la violación a los Derechos Humanos) sino, en palabras de Almada, de “la clase pensante de América Latina”.
Sin ir más lejos, como les contaba, el diplomático paraguayo estuvo tres años en cautiverio acusado de ser un “terrorista intelectual” por el hecho de coincidir con los principios educativos de Paulo Freire y haber encabezado la creación de cooperativas entre grupos de docentes paraguayos. Él jamás había tocado un arma, pero pensaba, y eso era lo que lo convertía en un peligroso “subversivo”.
De todas formas, la memoria no debería quedarse en el simple acto de recordar, sino que tendría que acompañar la praxis, el hacer cotidiano. La cátedra “Cultura de Paz y Derechos Humanos”, que fue el marco para la charla de Almada (como así también la de Pérez Esquivel), de nada servirá si no genera una conciencia acerca de la importancia de convivir pacíficamente y en democracia, respetando la diversidad. Porque en definitiva, el término “Derechos Humanos” hoy en día está siendo muy utilizado en la retórica política como un objeto más dentro de la puja de poder. Los sectores de izquierda lo llevan como estandarte, los de la derecha le restan importancia y los más reaccionarios hasta lo acusan de los males de la inseguridad. Y mientras tanto, la idea central de esas dos palabras, el corazón de la cuestión, queda olvidada. Únicamente en la cabeza de un individuo cruel, inhumano y asesino cabe la idea de secuestrar, torturar, humillar y matar a alguien. Y peor aún si es sólo por lo que piensa.
Recordar es bueno, para no olvidarse lo que pasó y saber reconocer cuando hay cosas que se mantienen vigentes. Y en ese sentido Almada lo advirtió: “Argentina sigue enviando gente a Georgia para aprender formas de torturas”. Además, por si fuera poco, comentó que se siguen haciendo reuniones militares en las que se confeccionan listas de “subversivos”. Aún hoy, en democracia, y con el aval de algunos gobiernos nacionales (como el de Carlos Menem según lo dicho por el Premio Nobel Alternativo). Ya no están Pinochet, Strossner, Videla y compañía. Pero, como dijo Almada, “el Cóndor sigue volando”. Y no debemos dejar que vuelva a sembrar miedo, porque de nada habrá servido la memoria.
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